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Una soñadora más....

Historia azul....

Esta es una historia triste. Una historia de amor tardío, de sexo anacrónico, de besos caducados y de caricias incongruentes.

Una historia triste de abrazos que encarcelan y de promesas que ya no importan; de miradas opacas y de saliva insalubre. De juegos prohibidos, de toqueteos ridículos; de soles que ya no calientan y de sueños con los que hace tiempo dejó de soñar.

Me sé una historia preciosa que tiene el final más triste del mundo, la historia de amor más guapa que puedo imaginar con el final más agónico que se te ocurra. La historia de un amor que fue muriendo sin remedio, la historia de una mujer cansada de esperar y la de un hombre que cree que su guiño de ojos sigue siendo infalible. Un hombre que no creció y una mujer que quiere ser Peter Pan.

Un nombre que se cree un kit kat y llega toda una vida después buscando no se sabe muy bien qué. Una mujer que no sabe lo que quiere darle.

Una historia azul, como todas las historias tristes.

Llena de recuerdos insustituibles y de lágrimas imborrables. Llena de sonrisas que lo llenaban todo y de besos enloquecedores. De caricias lascivas y procaces como ella misma.

Una historia triste de tiempo perdido e irrecuperable. Una de las historias más largas e intermitentes que conozco.

De ojos que fueron perdiendo brillo y de pupilas que ya no tienen capacidad de dilación. De brazos que ya no quieren abrazar y de hombros que ya no se relajan con un beso, de cuellos que no se desploman hacia atrás para que los llenen de saliva, de clavículas siempre tensas.

Me se una historia de principio entrañable, nudo morboso y apasionado y final abierto. Una historia que comenzó de improviso, como todas las historias tristes; que se fue desarrollando con lentitud extrema y atravesando todos los estadios del ser humano: alegría, tristeza, ira, rencor, deseo, miedo, dudas, falsa venganza, victoria…, y que nadie sabe como acaba. Una historia abierta, muerta. Sorprendente.

La historia de dos bocas que todavía se buscan cuando están a oscuras, que todavía encajan como si estuviesen hecha la una para la otra; de dos lenguas que quieren recuperar un tiempo irrecuperable.

De manos que buscan pechos y de pechos que se dejan encontrar. De pezones que se yerguen para que los cubran de saliva, de ombligos que se dejan mojar… De caderas imantadas que se atraen en cualquier sitio.

Conozco una historia de sexos que por fin se encuentran, del mejor sexo sórdido que te puedas imaginar.

De un hombre inmaduro e inseguro, de una mujer que va madurando poco a poco y cada vez está más segura de si misma.

De una mujer que no siente nada que la haga tambalearse más que los recuerdos, de una mujer que dice “se acabó” dos veces al año. Que siente asco y desprecio trescientos días y los otros sesenta y cinco se lo comería a besos. De una mujer indiferente que se siente culpable por haber agotado sus sentimientos.

De un hombre con sentimientos renovados, con besos nuevos y con actitudes diferentes. De un hombre que llama y escribe, y busca, y se enfada y se aleja, y se ofende porque “ya no me quieres”. Que escucha carcajadas y un “claro que no”, que sonríe porque cree que es broma.

De una mujer que sonríe porque sabe que es verdad.

Una historia, al fin y al cabo, como otra cualquiera.

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